Casas más pequeñas y más caras: la realidad que asfixia a Japón

En las últimas tres décadas, el tamaño de las viviendas en Japón ha ido disminuyendo mientras los costos siguen en aumento. Esta tendencia está deteriorando la calidad de vida y agravando problemas sociales como la crisis de natalidad y el aislamiento de los adultos mayores.

Menos espacio, más problemas

Japón se enfrenta a una reducción histórica en el tamaño promedio de sus viviendas. Según un estudio realizado cada cinco años en el país, el espacio habitacional ha alcanzado su nivel más bajo en tres décadas. Hoy, una familia japonesa vive en promedio en 92 metros cuadrados, tres menos que en 2003. Las unidades multifamiliares, por su parte, apenas alcanzan los 50 metros cuadrados.

Esta tendencia responde a una estrategia del mercado inmobiliario: ante el aumento de hasta 30% en los costos de construcción desde 2015, las empresas han optado por reducir el tamaño de las casas para mantener precios «accesibles» y asegurar márgenes de ganancia. El resultado son viviendas más pequeñas y menos funcionales.

El impacto no es únicamente económico. La vida diaria se ve afectada por espacios reducidos que dificultan la convivencia familiar y el desarrollo personal. Incluso las viviendas diseñadas para una sola persona, que representan el 38% del total, suelen ser incómodas. Esta situación se ha convertido en un obstáculo adicional para las parejas jóvenes que contemplan formar una familia, en un país que ya enfrenta una fuerte crisis de natalidad.

Jóvenes sin patrimonio y adultos mayores sin hogar

Además de los jóvenes que ven cada vez más lejana la posibilidad de adquirir una vivienda digna, otro grupo severamente afectado es el de los adultos mayores. Aunque muchos de ellos cuentan con recursos para rentar una propiedad, se enfrentan al rechazo de los propietarios.

En Japón, existe un fuerte estigma contra alquilar a personas mayores. La razón principal es el miedo a que fallezcan en soledad dentro de la vivienda, lo que obliga a los arrendadores a reportar el hecho y lidiar con implicaciones legales y sociales. Un caso reciente es el de un hombre de 88 años en Tokio que fue rechazado por no contar con un contacto de emergencia menor de 70 años.

Esta exclusión ha llevado a que algunos adultos mayores prefieran vivir en prisión, donde al menos encuentran atención y compañía. Para el año 2030 se estima que habrá más de 8 millones de viviendas unipersonales habitadas por personas mayores de 65 años. Sin embargo, a pesar de que existen muchas casas vacías en el país, la negativa de los propietarios a rentar a este sector persiste.

La situación japonesa se convierte en un ejemplo extremo de lo que ocurre en otros países, incluida México. En la Ciudad de México, por ejemplo, 14 alcaldías han registrado incrementos en las rentas por encima de los límites legales, replicando en menor escala los mismos problemas: espacios más pequeños, precios elevados y una vivienda cada vez menos accesible para los sectores más vulnerables.

La estrategia de construir viviendas más pequeñas para mantener los precios a flote está generando consecuencias profundas. No solo distorsiona el mercado inmobiliario, sino que deteriora la calidad de vida y ahonda la desigualdad social, afectando principalmente a los jóvenes que buscan independencia y a los adultos mayores que enfrentan el abandono.

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