Cómo evitar otra guerra mundial

Por Henry Kissinger

La Primera Guerra Mundial fue una especie de suicidio cultural que destruyó el prestigio de Europa. Los líderes europeos caminaron sonámbulos, como afirmó el historiador Christopher Clark, hacia un conflicto en el que ninguno de ellos habría entrado si hubieran previsto el final de la guerra mundial en 1918. En las décadas anteriores, habían expresado sus rivalidades creando dos conjuntos de alianzas cuyas estrategias se habían vinculado por sus respectivos calendarios de movilización. Como resultado, en 1914, se permitió que el asesinato del príncipe heredero de Austria en Sarajevo, Bosnia, a manos de un nacionalista serbio, se convirtiera en una guerra general que comenzó cuando Alemania ejecutó su plan general para derrotar a Francia atacando a la neutral Bélgica en la otra punta de Europa.
Las naciones de Europa, insuficientemente familiarizadas con la forma en que la tecnología había mejorado sus respectivas fuerzas militares, procedieron a infligirse unas a otras una devastación sin precedentes. En agosto de 1916, después de dos años de guerra y millones de bajas, los principales combatientes de Occidente (Gran Bretaña, Francia y Alemania) comenzaron a explorar perspectivas para ponerle fin a la carnicería. En el Este, los rivales Austria y Rusia habían iniciado tanteos similares. Debido a que ningún compromiso concebible podía justificar los sacrificios ya realizados y dado que nadie quería transmitir una impresión de debilidad, los distintos líderes dudaron en iniciar un proceso de paz formal. Fue por ello que buscaron la mediación estadounidense. Las exploraciones realizadas por el coronel Edward House, emisario personal del presidente Woodrow Wilson, revelaron que una paz basada en el statu quo ante modificado estaba al alcance de la mano. Sin embargo, Wilson, aunque dispuesto y eventualmente ansioso por emprender la mediación, lo retrasó hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre. Para entonces, la ofensiva británica del Somme y la ofensiva alemana de Verdun habían sumado otros dos millones de bajas.
En palabras del libro que escribió sobre el tema Philip Zelikow, la diplomacia se convirtió en el camino menos transitado. La Gran Guerra se prolongó durante dos años más y se cobró millones de víctimas, dañando irremediablemente el equilibrio establecido en Europa. Alemania y Rusia fueron desgarradas por la revolución; el Imperio austrohúngaro desapareció del mapa. Francia se desangró. Gran Bretaña sacrificó una parte significativa de su joven generación y de sus capacidades económicas para alcanzar la victoria. El punitivo Tratado de Versalles que puso fin a la guerra resultó mucho más frágil que la estructura que reemplazó.
¿Se encuentra el mundo de hoy en un punto de inflexión comparable en Ucrania, a medida que el invierno impone una pausa en las operaciones militares a gran escala? He expresado repetidamente mi apoyo al esfuerzo militar aliado para frustrar la agresión de Rusia en Ucrania. Pero se acerca el momento de construir a partir de los cambios estratégicos que ya se han logrado e integrarlos en una nueva estructura para lograr la paz a través de la negociación.
Por primera vez en la historia moderna, Ucrania se ha convertido en un estado importante en Europa Central. Con la ayuda de sus aliados e inspirada por su presidente, Volodymyr Zelensky, Ucrania ha bloqueado a las fuerzas convencionales rusas que han estado dominando Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y el sistema internacional, incluida China, se opone a la amenaza de Rusia o al uso de sus armas nucleares.
Este proceso ha puesto en discusión los planteos originales relacionados con la inclusión de Ucrania en la OTAN. Ucrania ha adquirido uno de los ejércitos terrestres más grandes y efectivos de Europa, equipado por Estados Unidos y sus aliados. Un proceso de paz debería vincular a Ucrania con la OTAN, sea como sea. La alternativa de la neutralidad ya no tiene sentido, especialmente después de que Finlandia y Suecia se unieran a la OTAN. Por eso, en mayo pasado, recomendé establecer una línea de alto el fuego a lo largo de las fronteras existentes donde comenzó la guerra el 24 de febrero. Rusia devolvería sus conquistas, pero no el territorio que ocupaba hace casi una década, incluida Crimea. Ese territorio podría ser objeto de una negociación tras un alto el fuego.
Si la línea divisoria de antes de la guerra entre Ucrania y Rusia no puede lograrse mediante el combate o la negociación, podría explorarse el recurso al principio de autodeterminación. Los referéndums supervisados internacionalmente sobre la autodeterminación podrían aplicarse a territorios particularmente conflictivos que han cambiado de manos repetidamente a lo largo de los siglos.
El objetivo de un proceso de paz sería doble: confirmar la libertad de Ucrania y definir una nueva estructura internacional, especialmente para Europa Central y Oriental. A la larga, Rusia debería encontrar un lugar en tal orden.
Algunos prefieren que el resultado sea una Rusia impotente por la guerra. Estoy en desacuerdo. Con toda su propensión a la violencia, Rusia ha hecho contribuciones decisivas al equilibrio global y al equilibrio de poder durante más de medio milenio. Su papel histórico no debe menospreciarse. Los reveses militares de Rusia no han eliminado su alcance nuclear mundial, lo que le permite amenazar con una escalada en Ucrania. Aunque esta capacidad disminuya, la disolución de Rusia o la destrucción de su capacidad para la política estratégica podrían convertir a su territorio, que abarca 11 husos horarios, en un vacío en disputa. Sus sociedades rivales podrían decidir resolver sus contiendas por medio de la violencia. Otros países podrían buscar expandir sus reividicaciones por la fuerza. A todos estos peligros se sumaría la presencia de miles de armas nucleares que convierten a Rusia en una de las dos mayores potencias nucleares del mundo.
Mientras los líderes mundiales se esfuerzan por poner fin a la guerra en la que dos potencias nucleares se disputan un país con armamento convencional, también deberían reflexionar sobre el impacto en este conflicto y en la estrategia a largo plazo de la incipiente inteligencia artificial y de alta tecnología. Ya existen armas autónomas, capaces de definir, evaluar y apuntar a sus propias amenazas percibidas y, por lo tanto, en condiciones de comenzar su propia guerra.
Una vez que se cruce la línea, cuando la alta tecnología se vuelva el armamento estándar y las computadoras se conviertan en los principales ejecutores de la estrategia, el mundo se encontrará en una situación para la cual aún no tiene una idea establecida. ¿Cómo pueden los líderes ejercer el control cuando las computadoras prescriben instrucciones estratégicas en una escala y de una manera que inherentemente limita y amenaza el aporte humano? ¿Cómo se puede preservar la civilización en medio de tal vorágine de información, percepciones y capacidades destructivas contradictorias?
Todavía no existe una teoría para este mundo invasor, y los esfuerzos consultivos sobre este tema aún tienen que evolucionar, tal vez porque las negociaciones significativas podrían revelar nuevos descubrimientos, y esa revelación en sí misma constituye un riesgo para el futuro. Superar la disyuntiva entre la tecnología avanzada y el concepto de estrategias para controlarla, o incluso comprender todas sus implicancias, es un tema tan importante hoy como el cambio climático, y requiere líderes que sepan tanto de tecnología como de historia.
La búsqueda de la paz y el orden tiene dos componentes que a veces se consideran contradictorios: la búsqueda de elementos de seguridad y la exigencia de actos de reconciliación. Si no podemos lograr ambos, no podremos alcanzar ninguno de los dos. El camino de la diplomacia puede parecer complicado y frustrante. Pero progresar requiere tanto de visión como de coraje para emprender el viaje.

Publicado originariamente en The Spectator

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