Belém, el escenario donde se decide el clima del futuro
La COP30 comenzó en Belém, Brasil, en medio de expectativas y retos. La sede fue elegida para poner a la vista la importancia de la selva amazónica como reguladora del clima. El gobierno brasileño busca que los delegados vean lo que significa la deforestación y los cambios en las lluvias, que afectan tanto a comunidades que viven del bosque como a quienes dependen del agua y de la agricultura.
Se estima la participación de más de 50 mil personas entre gobiernos, especialistas y organizaciones civiles. La ciudad tuvo problemas para recibir a tanta gente, desde hospedaje limitado hasta espacios que se terminaron de acondicionar contrarreloj. Aun así, el foco está en las negociaciones sobre cómo reducir la dependencia de combustibles fósiles y cómo financiar la transición hacia energías más limpias en países con menos recursos.
Una de las discusiones centrales es la ruta para dejar atrás petróleo, gas y carbón. Tras la COP28 se reconoció la necesidad de cambio, pero no se ha definido una meta clara. Los países insulares exigen mantener el objetivo de limitar el calentamiento a 1.5°C, pues el aumento del nivel del mar amenaza directamente su supervivencia. Otros gobiernos buscan flexibilizar plazos, alegando costos económicos y tensiones internas.
La ausencia de Estados Unidos como actor protagónico modifica el escenario. China y Brasil buscan ganar influencia, mientras sectores conservadores estadounidenses critican políticas ambientales y obras en la región amazónica. Autoridades locales en Belém responden que las decisiones de infraestructura se vienen arrastrando desde hace décadas.
En la apertura, el secretario de la ONU para el clima, Simon Stiell, señaló que quienes retrasen la transición pagarán costos económicos mayores en el futuro, desde alzas de precios hasta mayor vulnerabilidad ante sequías e inundaciones.
Belém recibe así una cumbre marcada por urgencias: las señales del cambio climático ya están ahí. Las decisiones que se tomen o se pospongan tendrán repercusiones en territorios que, como México, dependen del equilibrio entre agua, agricultura y comunidades que buscan seguir habitando sus entornos sin verse obligadas a migrar.
