Bartolina Sisa y el Día de la Mujer Indígena: de la horca colonial a la resistencia actual
El 5 de septiembre de 1782, Bartolina Sisa, mujer aymara y estratega militar, fue asesinada brutalmente en La Paz por desafiar al poder colonial. Atada a la cola de un caballo, arrastrada, ahorcada y descuartizada, se convirtió en símbolo de lo que el imperio español temía: una mujer indígena que no solo resistía, sino que organizaba, comandaba y ponía en jaque a un sistema basado en el despojo y el racismo.
Más de dos siglos después, su nombre sigue vivo. En 1983, movimientos indígenas de toda América la reconocieron como “madre de la rebeldía indígena” y fijaron el 5 de septiembre como el Día Internacional de la Mujer Indígena. La fecha no es un acto simbólico: es memoria política frente a siglos de olvido y discriminación.
En México, el eco de Bartolina resuena con las luchas de mujeres nahuas, zapotecas, tzeltales, mixtecas y tantas más, que defienden sus territorios contra mineras, narco y gobiernos cómplices. No aparecen en las telenovelas ni en las conferencias de prensa, pero sostienen la vida comunitaria, transmiten lenguas en riesgo y organizan resistencias contra megaproyectos que, bajo el disfraz del “progreso”, buscan arrasar con sus tierras.
Hoy, el gobierno presume avances como la traducción de la Cartilla de Derechos de las Mujeres a 27 lenguas indígenas. Es un paso, pero insuficiente frente a la triple discriminación que aún enfrentan: por ser mujeres, por ser indígenas y por ser pobres. Lo sabía Bartolina y lo saben las mujeres que hoy defienden el agua, la tierra y la cultura frente a un Estado que aún duda entre el discurso oficial y la justicia real.
La memoria de Bartolina Sisa no cabe en un monumento ni en una fecha conmemorativa. Vive en cada mujer indígena que dice “no” al despojo y “sí” a la vida. Esa rebeldía, la misma que intentaron arrancar a latigazos hace más de 200 años, sigue siendo el mayor desafío para cualquier poder que quiera someterlas.
