México y el costo de un cielo sin estrellas

Durante siglos, mirar al cielo nocturno fue una experiencia común. Hoy, en muchas ciudades del mundo, incluidas las mexicanas, se ha vuelto raro ver más de unas cuantas estrellas. No es que desaparezcan: la luz artificial de urbes, carreteras y zonas industriales las borra. Esta pérdida, conocida como contaminación lumínica, avanza rápido. Un estudio internacional estimó que, entre 2011 y 2022, el brillo del cielo aumentó entre 7% y 10% cada año. Así, un niño que hoy ve 250 estrellas en el mismo lugar solo distinguirá 100 cuando cumpla 18.

El problema no es solo humano. Animales de todo tipo dependen de la oscuridad y de las estrellas para sobrevivir. Aves migratorias, insectos y tortugas marinas han perdido la brújula natural que durante milenios les guió.

Animales desorientados bajo la luz urbana

Las aves migratorias, como los zorzales o petreles, utilizan el firmamento para orientarse en viajes de miles de kilómetros. En ciudades como Nueva York o Ciudad de México, donde el cielo nocturno se cubre con luces de edificios, espectáculos y autopistas, muchas quedan desorientadas, se agotan o chocan contra ventanas y torres. Esto no solo amenaza a las aves, también altera los ecosistemas que dependen de su llegada en ciertas temporadas.

Algo similar ocurre con insectos como el escarabajo pelotero. Investigaciones en África mostraron que usan la Vía Láctea como mapa. En lugares con poca contaminación lumínica mantienen rutas rectas, pero en zonas urbanas iluminadas pierden el rumbo y terminan atrapados alrededor de postes o edificios. En México, donde estos insectos cumplen un papel ecológico vital reciclando materia orgánica, la pérdida de sus guías naturales tendría consecuencias en la fertilidad de los suelos.

En el mar, las tortugas también están en riesgo. Las crías, al salir del cascarón, instintivamente se dirigen hacia la luz más intensa del horizonte, que solía ser la luna y las estrellas reflejadas en el mar. Hoy, en playas turísticas de Quintana Roo o Guerrero, muchas se mueven hacia tierra firme, confundidas por hoteles y luminarias costeras, donde mueren depredadas o atropelladas.

Un desafío para México

En el país, la contaminación lumínica ya afecta reservas naturales y ciudades medias en expansión. La UNAM y otras instituciones han advertido que el brillo de la Zona Metropolitana del Valle de México alcanza incluso a áreas de conservación como el Nevado de Toluca. Yucatecos y quintanarroenses también han visto cómo la luz de hoteles invade playas de anidación.

La solución pasa por regular mejor el alumbrado: reducir luces innecesarias, orientar lámparas hacia el suelo, apagar espectaculares en horas de descanso y proteger periodos de migración de aves y tortugas. Experiencias en otras naciones demuestran que pequeños cambios pueden marcar la diferencia.

Perder las estrellas no es solo un golpe cultural para los pueblos que han mirado al cielo desde tiempos prehispánicos. También es un problema ambiental con efectos directos en la biodiversidad. Recuperar la oscuridad de la noche es un reto que México comparte con el mundo, pero que aquí se vuelve urgente si queremos que las generaciones futuras, humanas y animales, sigan encontrando en el cielo nocturno un mapa y una promesa de vida.

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