El aroma a “coche nuevo”: lujo aparente, química invisible

Esa primera bocanada al cerrar la puerta de un auto recién salido de agencia suele asociarse con limpieza, estatus y tecnología. Sin embargo, el llamado “olor a coche nuevo” no proviene de ningún perfume, sino de una mezcla de sustancias químicas que se liberan desde los materiales interiores del vehículo.

Plásticos, adhesivos, espumas, selladores y textiles emiten lo que la industria conoce como compuestos orgánicos volátiles (VOC, por sus siglas en inglés). Se trata de solventes atrapados durante la fabricación que, al concentrarse en la cabina cerrada, generan ese aroma inconfundible. Aunque no representan un veneno inmediato, tampoco son inofensivos.

Diversos estudios han demostrado que la exposición prolongada a estos compuestos —especialmente en autos estacionados bajo el sol— puede provocar irritaciones, dolores de cabeza o molestias respiratorias. El calor acelera la liberación de los VOC, por lo que en países cálidos como México el fenómeno se intensifica. Basta dejar un coche cerrado durante horas para que el tablero, los asientos y el volante alcancen temperaturas que multiplican la evaporación de químicos.

La recomendación más sencilla es ventilar. Durante los primeros días de uso, lo ideal es bajar las ventanillas al arrancar, dejar que el aire circule unos minutos y después encender el sistema de climatización. Así se conserva el placer de estrenar sin concentrar contaminantes. Mantener el coche bajo sombra o utilizar parasoles también reduce el calentamiento interior.

En los últimos años, varias marcas han comenzado a ofrecer interiores con materiales de bajas emisiones o cabinas con purificadores integrados. No se trata de un gesto ecológico superficial: China, Estados Unidos y la Unión Europea ya establecieron límites sobre la calidad del aire dentro de los vehículos nuevos. Los fabricantes someten cada modelo a pruebas que simulan la exposición al sol y miden los compuestos que se liberan en el ambiente cerrado.

Para el conductor mexicano, el reto es doble. Por un lado, adaptarse a un clima donde el calor multiplica el efecto químico; por otro, exigir a las marcas transparencia sobre los materiales que usan. Igual que pedimos frenos ABS o bolsas de aire, también podríamos pedir filtros de cabina más eficientes o plásticos con menor carga de solventes.

El “olor a coche nuevo” se disfruta porque el cerebro lo asocia con logro y novedad. Pero prolongarlo artificialmente con aromatizantes que lo imitan no tiene sentido. Es mejor que el interior del vehículo huela a aire limpio, no a laboratorio.

Estrenar un coche debería sentirse como un avance, no como una inhalación de químicos. El verdadero lujo, al final, está en respirar sin residuos.

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revolucionaguascalientes@gmail.com

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