Más becas, menos empleos: por qué los investigadores mexicanos se están yendo al extranjero

En México, alcanzar el máximo grado académico no garantiza estabilidad laboral ni mejores ingresos. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el desempleo afecta al 4.3% de quienes cuentan con estudios superiores, frente al 2.7% de quienes no terminaron la secundaria. Es una paradoja que explica por qué cada año miles de profesionistas con doctorado se ven obligados a buscar oportunidades en el extranjero.

Solo en 2024, alrededor de 12,500 mexicanos con doctorado emigraron por falta de empleos acordes a su especialidad, de acuerdo con un informe del entonces Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (Conahcyt). El fenómeno, conocido como “fuga de cerebros”, representa una pérdida doble: para los investigadores, que no pueden ejercer lo que estudiaron, y para el país, que invirtió en su formación.

Apenas el 2% de la población mexicana cuenta con posgrado, y solo uno de cada cuatro logra conseguir un empleo estable tras concluirlo. Los demás sobreviven con contratos temporales, sin prestaciones ni antigüedad, muchas veces en actividades ajenas a su campo. La historia se repite desde hace décadas. Entre 2015 y 2017, más de 866,000 mexicanos altamente calificados migraron al exterior. En Estados Unidos, el número de migrantes con estudios de posgrado pasó de 114,000 en 1999 a casi 443,000 en 2015, según la Confederación Nacional de Profesionistas y Jóvenes de México.

Durante años, el extinto Conahcyt intentó frenar el éxodo con programas como las Cátedras Conacyt —rebautizadas como Investigadoras e Investigadores por México (IIxM)—, que ofrecían plazas temporales de hasta 10 años. Sin embargo, las cifras muestran un panorama limitado: de 1,500 vacantes autorizadas, solo 1,200 están ocupadas y el resto no se ha concursado por falta de presupuesto.

Además, los participantes del IIxM han denunciado que el programa se ha vuelto excesivamente burocrático y que muchas veces son asignados a tareas administrativas o a instituciones que carecen de laboratorios, bibliotecas o recursos para la investigación. En algunos casos ni siquiera pueden impartir clases o dirigir tesis, lo que los deja en una especie de limbo profesional.

Las universidades tampoco ofrecen una salida real. La mayoría de los docentes trabajan por hora, sin prestaciones ni estabilidad, mientras el país sigue invirtiendo menos del 1% del Producto Interno Bruto en ciencia y tecnología. Ante la falta de plazas, muchos investigadores optan por dedicarse a la enseñanza básica, consultorías o empleos no relacionados con su campo, con la sensación de haber desperdiciado años de formación.

“Es un sistema donde no cabemos todos. Es frustrante y desesperanzador, porque finalmente es una pérdida: de tiempo, de conocimiento y de vida profesional”, dice una historiadora integrante de la Confederación Nacional de Profesionistas y Jóvenes de México.

México forma científicos de alto nivel, pero no les da espacio para quedarse. Su talento, sostenido con recursos públicos, termina por enriquecer laboratorios, universidades y centros de investigación en otros países.

Compartir

revolucionaguascalientes@gmail.com

No Comments

Leave A Comment